Hay una cuestión en lo referente a la accesibilidad que me llama poderosamente la atención, en la línea que ya he apuntado en otros artículos, en cuanto a que esta accesibilidad no se busca por convencimiento sino que viene provocada por las obligaciones de las normativas municipales, creando en muchas ocasiones situaciones ridículas.

La política urbanística intenta, mediante decretos, que se tengan en cuenta los derechos de las personas discapacitadas, obligando a que las construcciones en general y las de uso público en particular sean accesibles a todos. Esto que sobre el papel suena muy bien en la práctica funciona más veces de las deseables como un sistema de parches.

Edad, enfermedad o accidentes crean constantemente situaciones de discapacidad que no se tienen en cuenta a la hora de proyectar los equipamientos deportivos.

Nos encontramos con el anacronismo de centros deportivos en los que para acceder a ellos se deben salvar tramos de escalera en los que se colocan sillas salva escaleras, cuando lo ideal sería que se proyectaran recorridos alternativos dotados con rampas o ascensores. Pero lo bueno aparece al acceder a la sala y observar que no solamente las máquinas de ejercicio cardiovascular no pueden ser utilizadas por personas discapacitadas, ya que no están concebidas para ellas, sino que también las máquinas de musculación o los mismos recorridos por la sala no son adecuados para personas que se desplacen en una silla de ruedas.

¿De qué sirve toda la parafernalia de una normativa de obligado cumplimiento que a la hora de la verdad no posibilita que verdaderamente estas instalaciones sean empleadas por personas discapacitadas?. Siendo esto así, llegaremos a la conclusión que los gimnasios para la práctica deportiva de estas personas deberán ser establecimientos específicos, creando centros exclusivos que no consiguen el fin deseado de la integración social.

Al añadir todas estas dificultades a las propias de su situación lo que se provoca es una actitud de falta de actividad debido, en este caso indudablemente, a una inadecuada política de construcciones deportivas.

Y además no debemos olvidar un principio fundamental y es que “todo lo que en arquitectura se haga en beneficio del discapacitado, redunda en un mayor confort para el capacitado”.

La autentica accesibilidad es la que se consigue haciendo que no sólo sea posible el acceso a las instalaciones, sino que estas mismas construcciones sean utilizables por personas discapacitadas, involucrando a todos los actores, desde los que proyectan los centros hasta los que diseñan los aparatos que allí se emplean, porque de momento, actualmente, nos estamos quedando en la superficie del problema.

Te pasas la vida, la primera parte de la vida, preparándote para lo que pueda venir.

Cuando eres niño y acudes al colegio no dejan de aconsejarte, constantemente, lo importante que es conseguir una formación que te adiestre para lo que te vas a encontrar en pocos años.

Al dejar el colegio y empezar la universidad sigues escuchando que debes estudiar para poder desarrollar una profesión con futuro, que te permita llevar la vida que deseas.

Cuando te inicias en el deporte, sin pretensión alguna de profesionalizarte, sino usando el deporte como lo deben usar los niños, esto es lúdicamente, no puedes sustraerte a los comentarios y a las indicaciones de lo importante que resulta para completar tu formación, tu carácter y dotar a tu cuerpo de una mejor capacidad de respuesta ante las adversidades que puedan venir.

Pero no sé si por la lejanía en el tiempo o porque se considera que lo debes aprender por ti mismo, nadie, nunca, te alecciona sobre lo fundamental de prepararte para la vejez, y no me estoy refiriendo económicamente, que también, sino personal y socialmente.

He observado que personas que han dedicado su vida a estudiar y trabajar fundamentalmente, haciendo de su carrera su principal afición, cuando su fisiología ya no les permite el desempeño de su profesión se arrinconan sin ser capaces de encontrar sentido a esta nueva etapa que deben afrontar, donde el tiempo libre, para ellos, más que en un regalo se transforma en una pesada carga.

Tan importante como toda la formación y experiencia que hayamos podido acumular, tan importante como todas las satisfacciones deportivas que hayamos podido disfrutar, es estructurar una serie de aficiones a las que poder dedicar el día a día una vez ya no podamos o no queramos trabajar.

Me apena el hecho de que personas que han sido grandísimos profesionales en su campo, una vez la edad y la salud les obligan a retirarse, pasan a contemplar lo que les queda de vida como una mera espera de la muerte, ya que consideran que todo lo que tenía interés de ser vivido ya lo ha sido y no queda sino terminar con la historia.

Esto, siendo que se trata de personas inteligentes, me parece un despropósito, ya que desde mi perspectiva siempre hay futuro y siempre queda tiempo para hacer algo de interés, siempre es posible configurar un nuevo reto personal por el que nos ilusione levantarnos por la mañana de la cama.

Por todo ello, pensemos siempre en preparar no sólo nuestro cuerpo, que también, sino nuestra mente para esa prueba final que viviremos, espero, y que como todo el largo recorrido que supone la vida también merece la pena ser vivido con todo el entusiasmo que nos quede dentro, entusiasmo que podemos recargar como se recarga una batería, para evitar terminar como meros espectadores a la espera del final.

Siempre hay futuro para algo más.

El ejercicio físico a cualquier edad es la mejor medicina preventiva y una inmejorable inversión de futuro.

Cualquier edad y cualquier momento es bueno, se debe comenzar despacio e ir aumentando paulatinamente la intensidad. Nunca es tarde, para cada edad y entrenamiento hay un tipo de ejercicio y una intensidad adecuada. Lo más importante es la constancia ya que la motivación te hace empezar y el hábito continuar.

Las precauciones básicas para comenzar son primeramente conocer el estado físico y las limitaciones personales, evitar practicarlo en solitario y en lugares alejados, no hacer deporte después de comer y en las horas de más calor y por supuesto hidratarte bien antes, durante y después.

A cualquier edad es recomendable pasear, mejora el sistema cardiovascular y la agilidad. Diariamente de 30 minutos a 1 hora, a buen ritmo y sin pausas, con ropa cómoda y calzado adecuado. También el Tai-Chi que proporciona equilibrio, flexibilidad y mejora el sistema cardiovascular. En definitiva cualquier deporte no competitivo, gimnasia de mantenimiento, natación, petanca, ciclismo, golf…

Los deportes más útiles son los que aumentan la capacidad respiratoria, la flexibilidad, el equilibrio y la resistencia, por supuesto teniendo muy en cuenta las limitaciones físicas personales.

El ejercicio constante, junto con una dieta sana, previene un amplio abanico de enfermedades, hipertensión, cardiopatías, obesidad, diabetes, osteoporosis, depresión y ansiedad. Y contribuye a mejorar el equilibrio, la sensación de bienestar, la sociabilidad, la fuerza física y también se evita la oxidación que causa el envejecimiento y se previenen problemas de memoria.

Es indudable que muchos de los cambios que atribuimos al envejecimiento son en realidad provocados por una escasa actividad física. El deporte proporciona seguridad y agilidad. Mejora la autoestima y el nivel de ansiedad, lo que ayuda a dormir mejor y estar más relajado, con lo que se tiene mejor humor y mejor imagen.

Hay formas de incorporar la práctica de ejercicio en la vida diaria casi sin darnos cuenta, desplazándonos a pie, subiendo escaleras y aprovechando cualquier actividad cotidiana para movilizar y emplear nuestro cuerpo lo más intensamente posible.

Sin duda es la mejor inversión de futuro que se puede hacer, el esfuerzo hará que te sientas mejor contigo mismo, mejorará tu calidad de vida disminuyendo las enfermedades y mejorando el estado anímico.

Sintiéndonos bien haremos sentirse bien a las personas que tenemos a nuestro alrededor.

Ahora que se acerca el calor extremo del verano, no está de más recordar los problemas físicos que, como consecuencia de la climatología, pueden surgir en esta época. Es posible que afecten a la población en general, pero siempre es más probable que perjudiquen al colectivo de los mayores al tratarse de personas más debilitadas físicamente.

El principal problema que hay que tener presente y tratar de evitar es el de la deshidratación; con la edad se comienza a perder la capacidad de adaptación frente a las temperaturas extremas, el cuerpo almacena menos cantidad de agua y disminuye la sensación de sed.

La presencia continuada de todos estos factores termina por afectar la regulación de la temperatura corporal, pudiendo llegar a provocar cuadros de deshidratación e incluso desmayos producidos por el calor.

Por todo esto conviene tomar precauciones ante la exposición solar, pero siempre teniendo presente  que ésta es fundamental en las personas mayores, ya que está demostrado que es la mejor fuente de vitamina D. Esta vitamina cumple una importante función en la absorción y el metabolismo del calcio y en la prevención de la osteoporosis, enfermedad relacionada con las fracturas producidas por pequeñas caídas, que son una de las principales causas de pérdida de funcionalidad y dependencia.

Es importante tomar una serie de precauciones:

  • Evitar actividades al aire libre en las horas centrales del día que son las de más calor.
  • Realizar estas actividades en zonas techadas y a ser posible climatizadas.
  • Hidratarse antes, durante y después de realizar cualquier actividad física.
  • Usar ropa y calzado cómodo y adecuado.

Por supuesto es importante mantener  una actividad física acorde a la edad y a las condiciones de la persona por múltiples beneficios; ya que aumenta la fuerza muscular, mejora el equilibrio y la coordinación y tiene un efecto beneficioso sobre diversas patologías muy corrientes en personas mayores.

Pero no ya únicamente por la actividad física en sí misma, sino porque esto lleva a la persona mayor a emplear en mayor grado los espacios públicos y el tiempo libre, posibilitando el contacto social y relacionándose con otras personas en su misma situación, contribuyendo a evitar, o paliar, uno de los principales males que les aquejan, que es el del aislamiento.

Con ello también se logra algo muy importante y es mantener una actitud positiva ante la vida y ante su situación. Fomentando no sólo la mejora de su estado físico, de su autonomía personal y de su situación social, si no y es lo más importante su felicidad personal.

Una discapacidad no es una prueba fácil de afrontar ni de superar. Los problemas y dificultades con los que te debes de enfrentar son múltiples y variados; desde el hecho de experimentar en primera persona el fuerte impacto emocional y psicológico que implica ser “discapacitado”, pasando por soportar las miradas curiosas, o en ocasiones de rechazo, de los “capacitados”, o enfrentarte a las abundantes barreras arquitectónicas de una ciudad, en demasiadas ocasiones poco amable con las personas que no cuentan con todos sus recursos físicos intactos.

En estos momentos pienso que ni la sociedad en general ni la arquitectura en particular están a la altura de los tiempos que vivimos. Está establecido y comprobado que las personas con discapacidad constituyen, a nivel mundial, la minoría más numerosa y más discriminada de la sociedad global.

Hace ya muchos años, el gran arquitecto de origen suizo, Le Corbusier dijo “hay que trabajar cada uno en su esfera de competencias y según sus posibilidades, por una vivienda y una ciudad más humana, por una ciudad que sea capaz y ordenada arquitectónicamente para que todos los hombres, incluso aquellos que usan silla de ruedas, puedan circular, acceder sin trabas, plenamente, libremente a los espacios sociales disponibles”.

Un deseo y pensamiento visionario y anticipatorio para lo que estamos viviendo hoy en día, por cuanto, así como él creía que el objetivo de la arquitectura era generar y producir belleza, así también visualizaba la posibilidad de cambiar el mundo a través de la arquitectura.

En nuestro entorno, aunque ignorado por muchos, viven o intentan vivir, cientos de personas con disminuciones físicas, con enfermedades, con graves impedimentos, que deben enfrentarse diariamente con barreras físicas que limitan sus posibilidades y anulan sus derechos al trabajo, a la diversión y a la cultura negándoles la posibilidad de una existencia digna y normal.

La integración social no será una realidad si no modificamos, transformamos o adaptamos nuestras ciudades suprimiendo las barreras arquitectónicas, entendiendo como tales cualquier traba, obstáculo o impedimento que dificulte o impida a la persona que padece alguna discapacidad realizar su vida cotidiana, limitando con ello sus posibilidades laborales, sociales, culturales o deportivas.

Se habla mucho sobre el problema que representa para un cuidador no profesional, habitualmente algún familiar, que dedica la mayor parte de su tiempo al cuidado de una persona enferma o dependiente, el conseguir mantener sus aficiones, inquietudes y amistades. Los problemas personales que le puede acarrear el tener que abandonar su propia vida para asumir el cuidado de otra persona. Sobre esto y sus consecuencias se ha escrito mucho, y frecuentemente nos puede parecer que es una falta de profesionalidad por parte del cuidador, que no es capaz de separar su vida personal de su rol profesional.

Bajo esta perspectiva puede parecer fácil de solucionar; ya que se trataría simplemente de compartir las tareas con otro familiar o con un cuidador especializado, aunque esto se puede complicar, bien sea por falta de familiares cercanos y dispuestos a compartir la tarea, como por la falta de recursos económicos para contar con terceras personas.

Pero qué ocurre cuando la intransigencia del enfermo o del dependiente hace que sea imposible turnar los cuidados con ninguna otra persona, porque el paciente se niega, con todos los medios a su alcance, que sea otra persona y no la que él quiere quien le ayude en sus necesidades diarias.

Este hecho, mucho más frecuente de lo que se pueda pensar, hace que sobre el cuidador, en estos casos normalmente un familiar muy cercano, caiga la responsabilidad de asumir en su totalidad la dura tarea de cuidar. Viéndose obligada, esta persona, al abandono de su vida personal, laboral y social para dedicarse en cuerpo alma al cuidado de otra, sin ningún tipo de descanso, porque ante cualquier ausencia el paciente cambia su humor y saca lo peor del despotismo humano, con el clásico “yo estoy mal y tú bien y debes cuidarme hasta el final”.

Normalmente ante esto, al cuidador, no le queda más remedio que afrontar la tarea y guardarse sus propios deseos, procurando encarar las dificultades con la mejor de las disposiciones.

No se deben nunca aceptar estas imposiciones, ni aún creyendo que es lo que uno desea, porque a la larga sólo acarreará problemas personales y deficiencias en las labores de cuidado, ya que es lógico pensar que no se puede asumir un trabajo que ocupa las 24 h del día y que no permite la más mínima atención de uno mismo.

No se trata de egoísmo, se trata de intentar mantener las mejores condiciones, tanto físicas como mentales, para poder desarrollar un trabajo tan duro como la atención continua a una persona enferma y dependiente.

No siempre es fácil, pero sí necesario el mantener a toda costa el contenido de la vida personal del cuidador, para poder desarrollar de la forma más eficaz su trabajo.

Recuerda, cuidarse para cuidar.

Un día de este verano había bajado a correr a última hora de la tarde al cauce del antiguo río Turia, privilegio del que disponemos los que vivimos en Valencia y que considero un auténtico lujo.

Cuando ya había terminado mi entrenamiento y me disponía a volver a casa con la satisfacción reflejada en mi rostro, hubo una escena que llamó poderosamente mi atención, quizá incluso más que en otras ocasiones en que había presenciado cosas semejantes.

Junto a la pila de la fuente del Palau de la Música, aprovechando el frescor de las gotas de agua escapadas de la fuente, en una calurosa y húmeda tarde de verano en la ciudad, se reflejaba una escena enternecedora.

Una anciana muy anciana estaba sentada en una silla de ruedas y a su lado una guapa joven de aspecto árabe, con un pañuelo que cubría sus cabellos, se encontraban enfrascadas en una animada conversación. No era como en otras ocasiones, en que la persona cuidada y su cuidadora están calladas sumidas cada una en sus pensamientos. Quise, desde lejos, entender de que podían estar hablando dos personas tan separadas por la edad y sin duda por grandes determinantes culturales y parecía como si la de más edad estuviera aconsejando a la más joven, eso es lo que podía elucubrar por su lenguaje corporal, aunque esto son sólo suposiciones mías.

Pero sí que me emocionó el halo intimista que desprendía la escena, en la que parecían más una pareja de amigas o incluso una abuela y su nieta. Los gestos atentos y cariñosos de la cuidadora eran constantes y eso me hizo pensar en lo que ésta habría ya dejado atrás a pesar de su juventud. Un país, una familia y una cultura propia para marchar a otro país y a otra cultura a cuidar a alguien que no es de su familia, pero que como ya viene siendo habitual en estos tiempos que vivimos se enriquece del respeto a los mayores que se profesa en  estas sociedades.

Sin duda que en el fondo era una relación profesional realizada a cambio de unos honorarios, pero lo que no se podía negar es que se efectuaba con gusto, amor y delicadeza.

Esos pequeños gestos, que translucían esos sentimientos de los que estoy hablando son los que me emocionaron y los que me hicieron pensar que en este caso se veía la cara más amable del encuentro entre dos culturas, sin duda lejanas, pero en ese momento estrechamente unidas.

Esa tarde de verano, calurosa y húmeda, mi sonrisa de satisfacción al terminar de entrenar tenía un motivo añadido.

La otra noche viendo la televisión después de cenar, en un conocido programa de entretenimiento, apareció una persona que atrajo de modo inmediato mi atención. Se trataba de un hombre, egipcio creo recordar, que se dedicaba a jugar, profesionalmente, al tenis de mesa y había ganado diversas competiciones en esta modalidad.

Hasta aquí nada de especial, pero lo que sí era especial es que a raíz de un accidente había perdido los dos brazos, seccionados a la altura de los hombros y para sostener la pala de ping-pong utilizaba la boca. Demostraba una habilidad pasmosa, logrando que el verle jugar se transformase en una escena hipnótica de la que no podías apartar la mirada, con una mezcla de sorpresa y admiración, sobre todo esto último.

Estuvo haciendo una serie de demostraciones, jugando con los invitados e incluso con el campeón de España, en un alarde de técnica y destreza.

En uno de los momentos de descanso uno de los invitados al programa le hizo la siguiente pregunta: “¿Cuándo eras mejor jugando, antes o ahora?”, a lo que el deportista le respondió: “Antes no había jugado nunca”. Estas historias de superación personal son las que son capaces de sorprenderme de una forma más potente. “Antes no había jugado nunca”; no serían suficiente las dificultades que debió encarar tras el accidente, que además de superar todo eso se decidió por empezar a practicar un deporte que requiere tanta habilidad manual como el tenis de mesa, pero todo ello no sólo sin manos sino que también sin brazos.

Es entonces cuando te da por pensar que cualidades especiales debe reunir una persona para lograr hacer algo como eso, porque visto desde mi perspectiva son acciones propias de un súper-hombre. Alguien que decide superar la discapacidad que le ha producido un desgraciado accidente, pero no sólo desde el punto de vista de lograr una autonomía personal si no también de llegar a conseguir éxitos especiales en la ejecución de un deporte de habilidad.

Es la voluntad, el poder y la fuerza de la voluntad, que cuando ya crees que no vas a poder más, aparece y te impulsa a continuar, el poder de la mente que te obliga a no decaer y a seguir y seguir.

Me pareció un pasaje del programa sumamente educativo y del que todos podríamos extraer una serie de conclusiones que nos ayudarían a encarar nuestras dificultades, seguro que de mucha menos entidad que las que debió encarar en su día y todos los días esta persona, que desde luego cuenta con toda mi admiración por lo que ha sido capaz de lograr.

¡¡¡Bravo Campeón!!!

En el difícil trabajo de cuidar de una persona dependiente siempre aparecen dudas e indecisiones propias de la situación. Uno de lo principios que se debe respetar siempre es de la autonomía. Respetar la voluntad y la capacidad de decisión de las personas en cuanto a lo que les afecta personalmente.

Hay que ponerse en la piel de los ancianos, o de los dependientes en general. Conforme nos acercamos al final se pierden habilidades y energía, se sienten cada vez más inútiles y una carga para los demás. En ocasiones se deteriora su raciocinio siendo incapaces de tomar las decisiones más sencillas.

Se debe respetar, en lo posible, su capacidad de elegir. Los cuidadores, en ocasiones, tienden a sobreproteger a los ancianos, pensando que son incapaces de tener iniciativas por pequeñas que sean. Sin embargo, se debe fomentar su propia autonomía, pues no hacerlo incrementa su dependencia. Se debe estimular a la persona dependiente para que en lo posible mantenga sus habilidades. Todo ello enriquecerá su espíritu al sentirse útil.

La prolongación de la vida como resultado de los avances médicos y de la mayor calidad de vida de la que disfrutamos en la actualidad, nos encara con la nueva situación del cuidado de los mayores. Ante esta circunstancia que requiere tanta dedicación se corre el riesgo de olvidarse de uno mismo ante el importante desgaste físico y emocional que supone.

Se debe hacer un alto y tener en cuenta también las propias necesidades y cuando se están superando las capacidades propias.

Ofrecer un trato digno a nuestros mayores es dar continuidad a la cadena honrando nuestro pasado, es posible que el día de mañana estemos en una situación similar. Pero para ello se deben contar con las fuerzas necesarias para solventar las dificultades físicas y emocionales que la situación conlleva.

“Envejecer es como escalar una montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, amplia y serena”.

(Ingmar Bergman)

Ahora que tanto se habla y se escribe sobre la Accesibilidad Universal, me llama la atención que únicamente se pretenda unificar criterios en cuanto a la eliminación de barreras arquitectónicas en espacios públicos, con la seguridad de que lo que facilita la vida del “discapacitado” también redunda en una mayor calidad de vida del “capacitado”. A ello se dedican todos los esfuerzos, pero nadie se plantea el unificar criterios en la accesibilidad interior de las viviendas.

Actualmente la ejecución de las edificaciones residenciales se realiza siempre siguiendo los criterios estándar de capacidad, esto es se proyecta y se construye para personas con todas sus capacidades funcionales intactas y cuando se cuenta con alguna diversidad funcional, la adaptación de la vivienda a estas necesidades especiales se realiza con una inversión privada del propietario de la misma.

Y ¿por qué si se están unificando criterios para la eliminación de obstáculos en espacios públicos no se hace lo mismo en los espacios privados?

Claramente el aprovechamiento de las superficies es más sencillo cuando no existen requerimientos especiales para la movilidad, que obligue a anchuras sobredimensionadas de pasillos y paso de puertas. Pero un mínimo de variabilidad en estos aspectos, facilitaría la adaptación de un piso estándar para una persona con movilidad reducida o que incluso precise de una silla de ruedas para sus desplazamientos.

Se deberían contemplar unos aspectos mínimos que no supondrían grandes esfuerzos proyectuales o mermas en el espacio destinado a estancias útiles y que facilitarían sustancialmente la adaptación de estas personas con diversidad funcional.

La amplitud del paso de puertas, las puertas correderas cuando fueran necesarias, la desaparición de obstáculos para acceder a la ducha, la facilidad de acceso a los aparatos sanitarios, la racionalización en la organización del interior de los armarios, la implementación de una domótica básica…

Es decir, pequeñas mejoras que redundarían en beneficio de todas las personas, en el momento de plena capacidad y más aún cuando los años u otros factores generen cierta incapacidad, no obligando a costosas reformas que no siempre son asumibles para eliminar las barreras privadas.