ENRIQUECIMIENTO CULTURAL

Un día de este verano había bajado a correr a última hora de la tarde al cauce del antiguo río Turia, privilegio del que disponemos los que vivimos en Valencia y que considero un auténtico lujo.

Cuando ya había terminado mi entrenamiento y me disponía a volver a casa con la satisfacción reflejada en mi rostro, hubo una escena que llamó poderosamente mi atención, quizá incluso más que en otras ocasiones en que había presenciado cosas semejantes.

Junto a la pila de la fuente del Palau de la Música, aprovechando el frescor de las gotas de agua escapadas de la fuente, en una calurosa y húmeda tarde de verano en la ciudad, se reflejaba una escena enternecedora.

Una anciana muy anciana estaba sentada en una silla de ruedas y a su lado una guapa joven de aspecto árabe, con un pañuelo que cubría sus cabellos, se encontraban enfrascadas en una animada conversación. No era como en otras ocasiones, en que la persona cuidada y su cuidadora están calladas sumidas cada una en sus pensamientos. Quise, desde lejos, entender de que podían estar hablando dos personas tan separadas por la edad y sin duda por grandes determinantes culturales y parecía como si la de más edad estuviera aconsejando a la más joven, eso es lo que podía elucubrar por su lenguaje corporal, aunque esto son sólo suposiciones mías.

Pero sí que me emocionó el halo intimista que desprendía la escena, en la que parecían más una pareja de amigas o incluso una abuela y su nieta. Los gestos atentos y cariñosos de la cuidadora eran constantes y eso me hizo pensar en lo que ésta habría ya dejado atrás a pesar de su juventud. Un país, una familia y una cultura propia para marchar a otro país y a otra cultura a cuidar a alguien que no es de su familia, pero que como ya viene siendo habitual en estos tiempos que vivimos se enriquece del respeto a los mayores que se profesa en  estas sociedades.

Sin duda que en el fondo era una relación profesional realizada a cambio de unos honorarios, pero lo que no se podía negar es que se efectuaba con gusto, amor y delicadeza.

Esos pequeños gestos, que translucían esos sentimientos de los que estoy hablando son los que me emocionaron y los que me hicieron pensar que en este caso se veía la cara más amable del encuentro entre dos culturas, sin duda lejanas, pero en ese momento estrechamente unidas.

Esa tarde de verano, calurosa y húmeda, mi sonrisa de satisfacción al terminar de entrenar tenía un motivo añadido.

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