En esta sociedad en la que vivimos se van cronificando ciertas patologías propias de los países desarrollados, que no contribuyen en absoluto a la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos; enfermedades propias del egoísmo y la insolidaridad que afectan de forma desigual a las personas, pero que se ceban principalmente con los que deben lidiar con un elemento que tarde o temprano se puede presentar en nuestras vidas, la soledad.
Se hace referencia en los medios de comunicación de cómo afecta esta situación a cualquier persona, cómo puede deteriorar su salud, tanto física como mental, cómo puede invadir su espacio hasta hacerse dueña del mismo y cómo puede llevar a la persona hasta un punto en el que se vea desamparada y sin salida.
Pues bien, esta situación triste y delicada sin duda, se ceba siempre con las personas que tienen más dificultades añadidas para la consecución de una vida plena, personas mayores, enfermas o discapacitadas. De hecho la soledad se empieza a percibir como un problema conforme uno se va haciendo mayor, nadie piensa o se plantea que pueda ser un inconveniente cuando se es joven, en muchas ocasiones es una situación deseada y buscada.
Pero qué pasa cuando se envejece y sobre todo qué pasa cuando se enferma o se padece una discapacidad y nos encontramos absolutamente solos. Verdaderamente los malos tragos siempre se pasan mejor si estamos apoyados por familia o por buenos amigos, que son la familia que podemos elegir.
Tiemblo al pensar en la situación de infinidad de personas mayores, enfermas, con poca movilidad o con algún tipo de diversidad funcional; cómo puede ser la vida de estas personas con graves problemas para sentirse integrado en la sociedad y con serias dificultades para conseguir llevar una vida en condiciones.
En estas situaciones el apoyo y el calor de la familia y amigos es lo único con lo que estas personas pueden contar para intentar alcanzar tanto la satisfacción como la felicidad en su día a día.
Falta comprensión de la sociedad, pero sobre todo faltan ayudas, pero ayudas de verdad, no sólo económicas sino también humanas para hacer de la vida de las personas en esta situación una vida digna.
Muchas veces las sociedades modernas se centran en la resolución de los grandes problemas propios o de los problemas de fuera sin pensar que su primera misión en facilitar la vida, el día a día de todos sus miembros. Pero se pueden llegar a olvidar estos problemas e incluso llegar a invisibilizarlos, atraídos por la repercusión de otras acciones que, les puedan dar satisfacción y reconocimiento, pero que no es lo que precisan sus ciudadanos.
No sólo la respuesta a la soledad debe venir de parte de gobiernos e instituciones, la solidaridad con el más débil siempre ha distinguido a los países más desarrollados; es por esto que la lucha contra la lacra de la soledad debería venir, también y en primer lugar de todos nosotros, colaborando y ayudando dentro de nuestras posibilidades, demostrando de esta manera la verdadera grandeza del ser humano.