LA INCORPORACIÓN DEL CUIDADOR
Un problema habitual a la hora de tomar la decisión de incorporar un cuidador, para el cuidado de uno de los miembros de una familia, es la negativa por parte del enfermo o discapacitado para aceptar ayuda y más si ésta se pretende por parte de una persona no perteneciente a la familia; el cuidador profesional.
Son múltiples y variadas las razones que se pueden esgrimir para rechazar esta posibilidad de ayuda.
Es habitual por parte de las personas mayores el no querer que le cuide nadie que no pertenezca a su familia y ante la posibilidad de esta incorporación aducen motivos como la invasión de su intimidad y la pérdida de independencia que ello les va a generar, recurriendo también frecuentemente a que es un despilfarro; ya que piensa que no necesita ayuda continuada y que si la necesita se la puede proporcionar un familiar.
Normalmente cuando una familia toma la decisión de incorporar a un cuidador profesional para la atención de uno de sus miembros es una decisión muy meditada que se toma porque es absolutamente necesaria, bien por el agotamiento de los familiares o bien porque no hay ningún pariente que pueda asumir la responsabilidad.
Ante esto y para minimizar experiencias desagradables es importante el no actuar de modo impositivo y procurar que la incorporación se produzca de una manera paulatina, empezando el trabajo con pocas horas para ir incrementando su presencia en el domicilio de una forma gradual.
Es importante escuchar las razones y los posibles temores que exponga la persona que va a ser receptora de los cuidados y procurar de forma razonada que vaya asumiendo la necesidad de esa atención tratando al mismo tiempo de despejar sus miedos, que en la mayor parte de los casos no son más que una disculpa.
Se puede plantear el asunto como algo temporal, ir pasando el día a día sin darle una impresión de perpetuidad, enfocarlo hacia la consecución de una futura mejoría.
Es probable que a pesar de todos los esfuerzos la oposición continúe y se mantenga, lo que puede acarrear problemas si su objetivo es conseguir que el cuidador termine dándose por vencido.
Pero es mucho más probable que pasados unos días y disipados sus primeros temores, sin duda infundados, comience a valorar lo que la presencia profesional del cuidador le aporta en cuanto al mantenimiento de su autonomía y de su independencia; y posiblemente pasado un periodo razonable de tiempo sea el propio enfermo o discapacitado el que de ninguna de las maneras quiere prescindir de su cuidador.
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